Cargan unos seiscientos kilos en cada aparato. Los carteles mexicanos envían por barco hacia Europa una parte y otra a USA. Pero en ocasiones, porque en la variedad radica buena parte del éxito de ese negocio, en lugar de Centroamérica la mandan a Brasil o las pequeñas islas del Caribe, también en avionetas.
Desde esos países, en cargueros, hasta la costa africana. Ghana, Guinea Bissau, Togo y Cabo Verde, algunos de los países de moda hoy día. Luego, por tierra, hacia Senegal y Marruecos y la cruzan por mar a España y de la Península Ibérica la distribuyen a todo el continente.
También de Brasil viaja a Cabo Verde por mar y luego, por los cielos, con correos humanos, a Lisboa, Madrid o Frankfurt, entre otras urbes. Y sólo he apuntado, de forma rápida y sin mucho detalle, unas pocas rutas colombianas. Faltan varias, además de las de Perú y Bolivia, países ambos que ya producen la mitad de la coca planetaria, amén de la forma en que llega el polvo blanco a japoneses o rusos, por ejemplo. Todo porque Occidente se ha empeñado en que no hay que legalizar la cocaína sino hacerle una guerra condenada al fracaso.
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