BOLIVIA | Etno-comunista
Evo y la distopía indigenista
El presidente de Bolivia participa en una ceremonia indígena de investidura en Ecuador. | Efe
Inicia una ofensiva en los departamentos donde su proyecto ha sido derrotado
Martín Santiváñez Vivanco | Madrid
Actualizado viernes 09/04/2010 10:11 horasDisminuye el tamaño del texto Aumenta el tamaño del texto
El indigenismo militante se apresta para una nueva batalla. El presidente Evo Morales, ante la indiferencia de la mayor parte de medios de comunicación (salvo EL MUNDO), inicia una ofensiva radical contra las autoridades electorales de aquellos departamentos bolivianos en los que su proyecto etno-comunista ha sido derrotado.
Lo que hace unas décadas era el sueño romántico de un puñado de terroristas aferrados a un pasado idealizado ha terminado por convertirse en realidad. Los indigenistas, en pleno proceso de expansión, ejercen el gobierno en amplias zonas sudamericanas. Consciente de su poder y de las débiles barreras que le opone la democracia, el indigenismo avanza a paso firme y reta, sin razones legítimas, a las pocas instituciones que ralentizan su blitzkrieg social.
Evo Morales empleará, como todos los alfiles del socialismo del siglo XXI, el tinglado legal en beneficio propio y de sus aliados. Los procesos penales con que pretende atemorizar a las cortes departamentales de Santa Cruz, Beni y Tarija responden a esta burda instrumentalización del derecho en beneficio de la política. Para el imperialismo indigenista, Pando no es bocado suficiente.
La democracia boliviana camina hacia la extinción. El voto unánime por el que pugna la dupla Morales-García Linera sólo tiene cabida en un régimen totalitario en el que el control del aparato estatal se encuentra garantizado por un sistema jurídico desprovisto de autoridad. La utopía andina promovida por el socialismo de la generación del centenario ha sido transformada en un nuevo todo programático: la distopía indigenista de Morales y compañía.
En efecto, antes que de utopía, en el caso del MAS boliviano, habría que hablar de una distopía indigenista. Y se trata de una distopía porque busca recrear en el futuro cercano una realidad pervertida, secesionista, destructora de la síntesis mestiza y ajena a la sociedad integrada que precisa Sudamérica como marco formal de desarrollo.
El 'apartheid' político y el racismo revanchista son propugnados como vías aceptables para la construcción de una comunidad en la que 'el nuevo indio' bolivariano, burdo remedo del 'nuevo hombre' comunista, liquide moral y legalmente a una oposición carente de ideas, programas y carisma.
Estamos ante la versión andina de '1984' de Orwell, 'Fahrenheit 451' de Bradbury y 'Señor del Mundo' de Robert Hugh Benson. Las utopías folklóricas, vengativas y dictatoriales, en cualquier parte del mundo, han de ser condenadas por irreales, perniciosas, imperialistas y esclavizantes. Son, en sí mismas, un grave reto para el sentido común.
Pero la política no siempre está sometida a la razón. Mucho menos en los Andes. Con frecuencia, masas soliviantadas por décadas de populismo y demagogia se inmolan en una hoguera de bajos instintos. Por ello, la distopía arcaizante de Evo Morales tiene seguidores y arrasa en las urnas. Y cuando pierde, como en este caso, no duda en torcer las reglas de juego a su favor.
El indigenismo puede retrasar la formación del mestizaje, pero jamás restaurará un imperio perdido. Los indigenistas lo saben. Su proyecto político, aunque inspirado en el pasadismo histórico, no busca otra cosa que el gobierno estatal. Pese a todo este despliegue contra la voluntad popular, la ambiciosa distopía de Morales no podrá someter para siempre el Derecho a una ideología abiertamente radical y antidemocrática.
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