Brasil: la belleza del mestizaje
El país suramericano es un adelanto de lo que va a ser el futuro de todos nosotros
Timothy Garton Ash 15/07/2007
Supongamos que lo del color fuera una especie de broma y que sólo hubiera una raza.
Brasil tiene un grave problema con la pobreza de los negros, pero también es un ejemplo de la belleza del mestizaje. Un ejemplo que es importante.
La gente ensalza la riqueza del mestizaje como un atributo nacional, y así da un significado positivo a lo que en origen era un nombre ofensivo
La mayoría de los que no son blancos está en peor situación económica que la mayoría de los que sí lo son. Y esto se debe en parte a la discriminación
Dos gemelos pidieron plaza en una universidad acogiéndose al sistema de cuotas. Uno fue aceptado por ser negro; el otro, rechazado por no serlo
Hace algún tiempo, los responsables del censo en Brasil pidieron a la gente que describiera el color de su piel. Los brasileños llegaron a sugerir 134 términos distintos; entre ellos, alva-rosada (blanca con reflejos rosados), branca-sardenta (blanca con manchas marrones), café-com-leite (café con leche), morena-canelada (canela), polaca, quase-negra (casi negra) y tostada. Esta forma poética y desenfadada de describirse a sí mismos refleja una realidad que el visitante puede ver con sus propios ojos, sobre todo en las zonas más pobres de las grandes ciudades del país. En la Ciudad de Dios, una zona de viviendas protegidas para pobres a las afueras de Río de Janeiro (y escenario de la película del mismo nombre), he visto todos los colores y variedades posibles de rasgos faciales, a veces en la misma familia. Alba Zaluar, una distinguida antropóloga que lleva años trabajando entre los habitantes de la Ciudad de Dios, me contó que ellos mismos se hacen bromas entre sí: "Tú, blanquito", "tú, marroncito", etcétera. Y esos rasgos, con su mezcla y su diversidad, son a menudo muy hermosos.
Brasil es un país en el que la gente ensalza la riqueza del mestizaje como un atributo nacional, y de esa forma da un significado positivo a lo que, en origen, era un nombre ofensivo e inadecuado nacido en Norteamérica. Pero también tiene un lado oscuro. La imagen de democracia racial que tiene Brasil de sí mismo se remite a principios del siglo XX, época en la que contrastaba con un Estados Unidos aún dominado por la segregación racial. Pero la realidad sigue siendo, todavía hoy, que la mayoría de los que no son blancos está en peor situación económica, social y educativa que la mayoría de los que sí lo son. Y esa desigualdad se debe, en parte, a la discriminación racial.
Llegué a Brasil dispuesto a hacer preguntas sobre la pobreza, la exclusión social y las desigualdades; a los pocos minutos, mis interlocutores estaban hablando de raza. Ha ocurrido sin cesar, incluso en una conversación con el admirable ex presidente del país Fernando Henrique Cardoso. En unas memorias llenas de vida, El presidente accidental de Brasil, Cardoso recuerda sus investigaciones cuando era un joven sociólogo que trabajaba en las favelas. Aunque deja constancia de la inmensa mezcla de razas, la conclusión a la que llegó entonces fue que "en términos generales, en Brasil, ser negro era ser pobre".
Para ocuparse de este problema, su Gobierno puso en marcha programas de discriminación positiva, que con el presidente Lula se han extendido aún más. Hoy, muchas universidades tienen cupos reservados para aspirantes que proceden de los colegios públicos y para negros. Los de los negros son objeto de feroces controversias. En primer lugar, existen objeciones de principio. Maria-Tereza Moreira de Jesús, una poeta y escritora negra, lo ha explicado, según he podido leer, como sigue: "El racismo existe, desde cómo te tratan en una tienda hasta cómo te entrevistan para un trabajo, pero basar el acceso en la raza es otra forma de racismo". Un rapero negro al que conocí en una favela de São Paulo, MC Magus, me dijo que las cuotas le parecían una mala idea. "Todos somos iguales", explicó.
Existe asimismo una dificultad práctica: en una sociedad tan mezclada y multicolor, ¿cómo se decide quién es negro? El problema se vio de manera muy gráfica con el caso reciente de dos gemelos idénticos, Alex y Alan Teixeira da Cunha, que solicitaron plaza en la Universidad de Brasilia y se acogieron al programa de cuotas. Alan fue aceptado por ser negro, Alex fue rechazado por no serlo. La Universidad de Brasilia cuenta con una comisión que decide la raza basándose en fotografías de los candidatos y en fenotipos como el cabello, el color de la piel y los rasgos faciales. La persona que me lo contó era judía. "Se puede usted imaginar lo que me parece todo esto", dijo.
Afrodescendientes
Algunos de los movimientos negros del país, muy activos, prefieren el término afrodescendientes. Pero un estudio científico reciente sobre ADN mitocóndrico y nuclear muestra que más del 85% de la población -incluidas decenas de millones de brasileños que se consideran blancos- tiene una aportación africana de más del 10% en su genoma (los primeros colonos portugueses no solían ir acompañados de sus esposas).
Quizá habría que volver a la definición tradicional que dan los brasileños de sí mismos. Las cifras recientes del Instituto Oficial de Geografía y Estadística indican que aproximadamente el 50% de los brasileños se clasifican como "blancos"; un poco más del 40%, como "marrones"; algo más del 6%, como "negros", y menos del 1%, como "amarillos" (es decir, de origen asiático, sobre todo japonés) o "indígenas" (son traducciones directas de las cinco categorías que se ofrecen). En un gesto lleno de audacia, los representantes de los movimientos negros, algunos apoyados por fundaciones norteamericanas, han propuesto que toda la población no blanca se clasifique como negra. Así sería todo más sencillo: blanco y negro.
Cupos de admisión
Otros claman, horrorizados, que eso equivaldría a importar lo peor de la clasificación racial de tipo estadounidense y negar el mestizaje característico de Brasil. Si es verdaderamente necesario que existan cupos de admisión en función del color -algo que los tribunales de EE UU acaban de declarar discriminatorio-, por lo menos, que se inspiren en el método brasileño tradicional de identificación. Antes, la gente solía inclinarse hacia la parte más clara del espectro, sobre todo a medida que se iba enriqueciendo ("el dinero blanquea", dice con ironía un sociólogo). Si las cuotas pueden servir para que ahora unos cuantos prefieran ser negros, pues muy bien. Después de tantos siglos en los que tenía muchas más ventajas ser blanco -la esclavitud no se abolió en Brasil hasta 1888-, tiene cierto sentido que se marquen los naipes para favorecer al otro lado. Y si eso supone que una chica a la que la mayoría consideraría blanca va a intentar entrar en la Universidad alegando que es negra, no tengo más que desearle buena suerte.
Dado que no soy brasileño, no soy quién para adjudicar la victoria en este debate. Comprendo los poderosos argumentos contra las cuotas basadas en el color; también comprendo la dura realidad heredada de la discriminación, que es preciso resolver. Lo decidirán los propios brasileños. Pero me gustaría decir, con toda sinceridad, que confío en que Brasil esté cada vez más cerca de hacer realidad su viejo mito de la democracia racial, y no retroceda a unos estereotipos raciales anacrónicos ni a convertir unas identidades complejas en un solo atributo. Porque lo que he descubierto en Brasil es un adelanto de lo que va a ser el futuro de todos nosotros, en un mundo en el que los pueblos estarán cada vez más mezclados.
Soy consciente, claro está, de que corro peligro de parecer un forastero rico y blanco -más que blanco, alva-rosada, sobre todo después de 15 días bajo el sol brasileño- que se aventura en las favelas durante unos días y exclama: "¡Qué bellos son todos!". Yo mismo podría escribir la sátira correspondiente. Pero no tengo más remedio que decirlo: lo que he vislumbrado en Brasil, incluso en medio de la pobreza y la violencia de la Ciudad de Dios, es la belleza del mestizaje. He aprendido a ensalzarlo siguiendo el ejemplo de los propios brasileños. Y esa mezcla es precisamente lo que ha contribuido a que estén entre los seres humanos más hermosos del planeta. Lo que aquí se anuncia -pero insisto: si, y sólo si, Brasil es capaz de corregir sus espantosos desequilibrios sociales y económicos y un legado de discriminación- es la posibilidad de un mundo en el que el color de la piel no sea más que un atributo físico, sin más, como el color de los ojos o la forma de la nariz, y que uno pueda admirarlo, mencionarlo o hacer un chiste sobre él. Un mundo en el que la única raza importante sea la raza humana.
Traducción de M. L. Rodríguez Tapia