La noche en que ardió la embajada de España en Lisboa
CRÓNICA
AITOR HERNÁNDEZ MORALES
25 ABR. 2018 16:17
Palacio de Palhavá, sede de la embajada de España en Lisboa que este jueves ha cumplido un siglo, tras el asalto de grupos de extrema izquierda, el 27 de septiembre de 1975. Muchas obras de arte desaparecidas no fueron recuperadas nunca.
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Ocurrió dos meses antes de la muerte de Franco y fue la reacción de Lisboa a los últimos fusilamientos del franquismo
El embajador tuvo que ser escondido por un joven, Chencho Arias, y los asaltantes saquearon cuberterías, tapices y hasta 22 cuadros prestados por el Museo del Prado
La semana pasada, la embajada cumplió 100 años
Antes de que las viejas paredes del palacio de Palhavã, sede de la embajada de España en la vecina Portugal, se transformasen en una colosal antorcha, los encendidos militantes de extrema izquierda que le habían prendido fuego en protesta por los cinco fusilamientos anunciados por Franco -los últimos de un régimen que, al igual que el dictador, agonizaba- se enfrascaron en un delirante y masivo saqueo y quema de la legación española cercana a Lisboa. «La tensión era crecientemente palpable», recuerda bien el veterano diplomático Inocencio Arias, entonces consejero político de la legación española en la capital lusa. Era el 27 de septiembre de 1975 y la joven democracia de Portugal -nacida tras la Revolución de los Claveles año y medio antes, borrando del mapa la dictadura salazarista apenas año y medio antes- se encontraba al borde de una guerra civil.El aquelarre de llamas y griterío por los cinco fusilamientos franquistas, que ni siquiera el Papa Pablo VI pudo detener con su ruego de clemencia, alcanzó su momento más destructivo alrededor de las 11 de la noche de ese día. Desde el tumulto empezaron a llover piedras, las ventanas reventaron y los guardias de la Embajada emprendieron la huida sin mirar atrás. Algunos descontrolados invadieron los jardines donde tumbaron las estatuas neoclásicas, mientras la mayoría, enfervorecida, lanzó su asalto al palacio, edificado en el siglo XVI para disfrute particular de los hijos bastardos de los reyes portugueses. La semana pasada la embajada de España en Lisboa cumplió 100 años en el palacio de Palhavã y lo celebró el pasado jueves con una fiesta. Entre los presentes, hubo quien recordó que una noche de otoño, en esos mismos jardines y salones, los portugueses saquearon y convirtieron en cenizas a ese elegante caserón. Desde 1918 Palhavã es residencia de los embajadores de Madrid en Portugal y al ser una de las legaciones más importantes para nuestro país, el palacio estaba decorado con tapices, muebles barrocos y cuadros cedidos por el Museo del Prado. Pero nada ni nadie pudo parar aquella turba, que lo destruyó todo mientras avanzó, como tropa de Atila, por el interior de la embajada.A su paso, los suelos quedaron cubiertos por una densa capa de cristales rotos, restos de los delicados jarrones llegados de Oriente y platos de porcelana fina que los exaltados lanzaron por los aires. Mientras unos arrancaron los tapices flamencos colgados de las paredes y los rajaron a cuchilladas, otros destriparon los libros de la biblioteca. Utilizaron barras de metal para desmontar los muebles antiguos, reventar estanterías llenas de artefactos históricos y romper los artísticos azulejos pintados que decoraban el gran salón.
Los asaltantes más perspicaces se llevaron sillas y cómodas, los crucifijos de la capilla, el servicio de cubertería de plata para 36 comensales y hasta el álbum de boda del embajador. El olor a quemado llegaba de todas partes: la turba prendió fuego a las cortinas y el incendio se extendió por todo el palacio. Fuera, montaron una hoguera ante el edificio en llamas. El fuego se alimentó con los cuadros prestados por el Prado. Mientras las llamas consumieron el Palacio y algunos jóvenes pintaron esvásticas sobre su fachada, enviados especiales de las radios locales transmitieron en directo el asalto y el público vitoreó a los saqueadores. Al amanecer, la embajada de España había sido reducida a una fachada chamuscada.En las semanas anteriores al asalto una extrema izquierda ansiosa de crear un paraíso comunista en tierras lusas se mostraba especialmente hostil hacia los representantes de la vecina España. «Nos fotografiaban entrando y saliendo de la Embajada en Lisboa para tenernos fichados, y nos sentimos amenazados». recuerda Arias. Cuando se produjeron los fusilamientos del día 27 el embajador Antonio Poch anticipó que podría haber una reacción violenta y pidió que Ministerio de Exteriores portugués enviara protección especial. Ésta nunca llegó.«A efectos prácticos, el Estado no existía», explica Arias. «No podían hacer nada para controlar la situación. Como yo era el diplomático que llevaba menos tiempo en Lisboa, se supuso que era el menos conocido, y el embajador se refugió en mi casa. Seguimos el ataque en directo por Radio Renascensa. Yo tenía dos niños pequeños y pasamos miedo al escuchar celebrar el ataque "contra los fascistas de Franco"». Al día siguiente, mientras las ruinas de Palhavã todavía ardían, el temor a que extremistas tomaran rehenes provocó la evacuación de los diplomáticos españoles. En Madrid el presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro sondeó a las autoridades norteamericanas para saber si Washington apoyaría a España si se procedía a la invasión del país vecino. Al final, Franco decidió limitar la respuesta al cierre de las fronteras y la suspensión de las relaciones diplomáticas. El 1 de octubre, tras la última comparecencia del general en la Plaza de Oriente, más de 3.000 manifestantes participaron en un acto de repulsa ante la embajada lusa. El caso no fue a más porque el Gobierno luso se apresuró por disculparse oficialmente, y a comprometerse a devolver la embajada a su antiguo esplendor. «Los cuadros del Prado eran irrecuperables, pero reemplazaron todo lo demás», afirma el diplomático Arias. «La juerga revolucionaria le debió costar al contribuyente luso unos 600 millones de pesetas (3,6 millones de euros)». Cinco meses después del saqueo y con Franco fallecido, los ministros de Exteriores se reunieron para renovar las relaciones y sentar las bases del Tratado de Amistad y Cooperación hispano-luso. Dos años más tarde, en 1978, el rey Juan Carlos reinauguró la Embajada, rehabilitada por maestros conservadores portugueses, donde ofreció una cena de gala al presidente luso, Ramalho Eanes. Los dos jefes de Estado brindaron por la amistad entre los dos países, resurgida entre las cenizas de Palhavã.
Olvidadas en la comisaría
Según el inventario elaborado por la conservadora Mercedes Orihuela, del Museo del Prado, al menos 22 de las obras que la pinacoteca cedió para la decoración del Palacio de Palhavã desaparecieron durante la noche del asalto. Entre otras, la Adoración de los Pastores, del maestro Juan Pantoja de la Cruz, seis retratos reales realizados por su discípulo, el pintor barroco Bartolomé González, y varios paisajes del italiano Antonio Joli. También desaparecieron seis "batallas" de Luca Giordano y varios tapices flamencos. En 1999 el Estado luso entregó 246 objetos de plata. El lote había sido inexplicablemente olvidado en una comisaría de Lisboa.
ESTAS FESTAS TODAS SÃO CLARO PAGAS PELO CONTRIBUINTE. REVOLUCIONÁRIOS COM AMOR À ARTE...
AO CAMPO PEQUENO JÁ!